martes, 20 de mayo de 2025

El reloj de torre de Chiaravalle es un proyecto inspirado en un diseño de Leonardo da Vinci


El reloj de torre de Chiaravalle es un proyecto inspirado en un diseño de Leonardo da Vinci, concretamente en uno de los dibujos contenidos en el Códice Atlántico. Esta obra, realizada por Dolce & Gabbana Alta Orologeria en el año 2019, destaca por su exquisita artesanía, tanto técnica como artística, combinando la ingeniería relojera con elementos estéticos como un cielo de lapislázuli y signos zodiacales elaborados a mano.

El reloj fue donado a la Veneranda Biblioteca Ambrosiana, una institución histórica fundada en 1609 en Milán, Italia, y actualmente se encuentra expuesto en la emblemática Sala Federiciana.






El diseño del reloj astronómico que inspiró la creación del reloj de torre de Chiaravalle por parte de Dolce & Gabbana se encuentra en el Códice Atlántico de Leonardo da Vinci. En este códice, Leonardo plasmó un dibujo detallado del mecanismo del reloj, acompañado de anotaciones que describen su funcionamiento. Una de estas anotaciones reza: “Reloj de la torre de Chiaravalle que muestra la luna, el sol, las horas y los minutos”.



Puedes explorar este dibujo y otros relacionados en el Códice Atlántico a través del portal digital de la Biblioteca Ambrosiana, que ofrece acceso a las páginas del códice según diversos criterios, como el contenido temático o el año de composición







La Veneranda Biblioteca Ambrosiana es una institución histórica fundada en 1609, famosa por conservar obras valiosas, entre ellas el Códice Atlántico de Leonardo da Vinci. El reloj donado por Dolce & Gabbana forma ahora parte de la exposición permanente de la biblioteca, junto a ese mismo códice, ya que se basa en uno de sus diseños.









Bibliografía: El Poder del Arte













"El Retrato de una dama" obra de Gustav Klimt (1862-1918)

El Retrato de una dama es una obra de Gustav Klimt (1862-1918), realizada alrededor de 1894. Tiene un formato de gran tamaño, con unas dimensiones de 168 x 84 cm. Actualmente, se encuentra en el Museo Palacio Belvedere, en Viena_ Austria



El Retrato de una dama (1894) de Gustav Klimt representa con gran probabilidad a Marie Breunig, esposa de un importante empresario panadero vienés. Esta identificación es respaldada por algunos historiadores del arte en base al contexto social de la Viena de finales del siglo XIX, cuando Klimt empezaba a recibir encargos de miembros prominentes de la burguesía.



Gustav Klimt (1862–1918) fue un pintor austríaco clave en la transición del arte académico al modernismo. Nació en una familia modesta en Viena y estudió en la Escuela de Artes Aplicadas, donde se formó como decorador y muralista. En sus inicios trabajó junto a su hermano Ernst y Franz Matsch en decoraciones de teatros y edificios públicos, siguiendo un estilo historicista. La muerte temprana de su padre y su hermano marcó un giro introspectivo en su obra. En 1897, fundó la Secesión Vienesa, un movimiento artístico que buscaba romper con el conservadurismo y dar libertad al arte. Bajo su liderazgo, el grupo defendió la innovación formal y simbólica, con gran influencia del simbolismo y el arte japonés. A lo largo de su vida, Klimt mantuvo una relación personal y profesional cercana con Emilie Flöge, modista vienesa, aunque nunca se casó ni tuvo una vida pública convencional. Murió en 1918 a los 55 años, dejando una obra que rompió moldes y sentó las bases del arte moderno en Austria.






La figura retratada aparece de pie, con elegancia y porte, adornada con un vestido negro y joyas llamativas, incluida una pulsera y un anillo que destacan por su realismo exquisito. El retrato es un ejemplo culminante del estilo académico de Klimt antes de su viraje hacia la estética simbolista y la Secesión Vienesa. El contraste dramático entre la piel pálida como porcelana de la modelo y la profundidad del vestido negro, acompañado de un fondo neutro, demuestra una técnica depurada que apunta a una intensa observación de la realidad.




Se ha planteado incluso que Klimt podría haberse apoyado en una fotografía para lograr un grado tan preciso de detalle, aunque el resultado final va más allá de lo fotográfico: la figura alcanza una ilusión refinada, casi idealizada, en la que se mezcla realismo y lirismo.

Este retrato no solo marca una etapa decisiva en la evolución estilística de Klimt, sino que también inaugura su dedicación al retrato femenino, que se convertiría en uno de los pilares de su obra. A diferencia de sus trabajos más famosos de la “etapa dorada”, cargados de oro, simbolismo y erotismo, este cuadro se sitúa dentro de una tradición más conservadora, centrada en la representación realista y la fidelidad a la figura humana.



Sin embargo, ya aquí puede verse la sensibilidad de Klimt hacia la figura femenina y su capacidad de dotarla de una presencia escultural e hipnótica. Esta obra temprana destaca no solo por su virtuosismo técnico, sino por anticipar la profunda fascinación que el artista desarrollaría por el retrato de mujeres como forma de exploración estética y psicológica. En este sentido, el Retrato de una dama es tanto una culminación de una etapa como un punto de partida hacia el universo visual único que Klimt construiría en las décadas siguientes.




El estilo de Klimt es célebre por su sensualidad, simbolismo y lujo decorativo, especialmente en su famosa “fase dorada”, donde empleó pan de oro y patrones ornamentales inspirados en el arte bizantino y los mosaicos medievales. Obras como El beso o el Retrato de Adele Bloch-Bauer I muestran cómo fusionaba figura humana y ornamento, explorando temas como el erotismo, el deseo, la muerte y la feminidad. 

En sus últimos años, su pintura evolucionó hacia una paleta más colorida y libre, influenciada por el impresionismo y el fauvismo, pero sin abandonar su interés por el retrato femenino, que fue el núcleo de su obra. Klimt no solo fue un maestro del detalle y la sensualidad visual, sino también un creador profundamente moderno, capaz de transformar el cuerpo y la psicología humana en imágenes poderosas, decorativas y emocionales a la vez. Su legado ha influido en generaciones de artistas y sigue siendo un emblema del arte vienés de fin de siglo.





Bibliografía : El Poder del Arte

jueves, 8 de mayo de 2025

Peter Carl Fabergé


Peter Carl Fabergé fue un afamado orfebre ruso, nacido en San Petersburgo en 1846, hijo de un joyero de origen francés. Desde joven mostró talento en las artes decorativas y recibió una formación refinada en Europa, donde estudió técnicas tradicionales de orfebrería. A su regreso a Rusia, tomó el control del negocio familiar y, gracias a su habilidad para combinar creatividad, técnica y lujo, lo transformó en uno de los talleres más prestigiosos del país. Fabergé desarrolló un estilo distintivo que mezclaba la elegancia clásica con una atención minuciosa al detalle, y su trabajo atrajo la atención de la nobleza rusa, especialmente la familia imperial.



La fama de Fabergé alcanzó su punto máximo cuando el zar Alejandro III le encargó en 1885 un regalo especial para su esposa en Pascua: el primer huevo imperial, conocido como el “Huevo de gallina”. El éxito de este regalo llevó a una tradición anual que continuó bajo el zar Nicolás II, quien encargó un huevo cada Pascua para su madre y su esposa. Los huevos Fabergé, realizados con metales preciosos, esmalte y piedras finas, eran obras de arte que contenían sorpresas mecánicas o decorativas en su interior. En total, se crearon 50 huevos imperiales y otras piezas igualmente sofisticadas que posicionaron a la Casa Fabergé como símbolo del lujo de la Rusia zarista.




Fabergé tenía un taller muy importante en San Petersburgo, conocido como la Casa Fabergé, que llegó a emplear a más de 500 artesanos, diseñadores y joyeros altamente capacitados. Este taller no era solo un negocio familiar, sino una verdadera fábrica de arte, donde se producían no solo los famosos huevos de Pascua imperiales, sino también relojes, marcos, joyas, figuras en miniatura y objetos decorativos de altísima calidad.




Fabergé organizó su taller como una red de especialistas: cada pieza era el resultado del trabajo colaborativo de múltiples expertos, incluyendo esmaltadores, talladores de piedras preciosas, grabadores y diseñadores. Aunque Fabergé no elaboraba personalmente cada objeto, supervisaba todo con gran atención y exigencia de excelencia. Además, fomentaba la creatividad y daba libertad a sus artesanos, lo que permitió un estilo distintivo y refinado que combinaba influencias europeas con la elegancia rusa.



Este sistema de trabajo colectivo permitió a la Casa Fabergé producir piezas de una complejidad y perfección técnica sin precedentes. Su taller se convirtió en sinónimo de lujo y sofisticación, y recibió encargos no solo del zar y la aristocracia rusa, sino también de casas reales europeas y clientes acaudalados de todo el mundo. 



El estilo de Peter Carl Fabergé era una fusión sofisticada de lujo imperial, artesanía europea y creatividad innovadora, que combinaba influencias del arte rococó, neoclásico, barroco, y del Art Nouveau. Aunque trabajaba dentro del contexto de la joyería tradicional, Fabergé revolucionó el arte decorativo al convertir objetos funcionales o simbólicos en piezas únicas de gran valor artístico. Su estilo se caracterizaba por el uso magistral del esmalte, metales preciosos, piedras semipreciosas talladas con precisión, y la inclusión de sorpresas mecánicas ocultas en sus huevos y otras creaciones.




En cuanto a su inspiración, Fabergé se basó en gran medida en el arte y la cultura europea, especialmente en la joyería francesa del siglo XVIII. Admiraba a orfebres antiguos como Jean-Baptiste Fournier y otros joyeros de la corte francesa, así como a los artesanos del Renacimiento y el Barroco. Sin embargo, también se inspiró en la naturaleza, la arquitectura y el folclore ruso, y muchas de sus piezas representan flores, animales, templos y escenas tradicionales con gran realismo y delicadeza. Además, su contacto con museos europeos durante su formación fue clave para desarrollar su ojo artístico.








Fabergé también supo rodearse de artesanos con talento que aportaban ideas nuevas, y su visión no era solo técnica, sino también emocional: cada huevo o joya contaba una historia o representaba un momento especial. Por eso, más allá del lujo, su estilo se distingue por un sentido de narrativa visual, innovación artística y perfección en los detalles, lo que hace que sus obras sigan siendo admiradas como íconos de arte decorativo. 



Tras la Revolución de 1917, el taller de Fabergé fue nacionalizado, y muchos de sus tesoros fueron confiscados o vendidos al extranjero. Peter Carl Fabergé, devastado por la caída del imperio y la pérdida de su empresa, huyó de Rusia y vivió exiliado hasta su muerte en Lausana, Suiza, en 1920. Aunque su vida terminó en el exilio, su legado perdura: los huevos Fabergé siguen siendo iconos de refinamiento artístico y testigos de una era dorada ya desaparecida. Hoy en día, se conservan en museos y colecciones privadas de todo el mundo, admirados por su belleza y su historia.




Bibliografía : El Poder del Arte

martes, 6 de mayo de 2025

"La joven de las cerezas" atribuida a Marco d’Oggiono (1470-1549)



"La joven de las cerezas" atribuida a Marco d’Oggiono (1470-1549), realizada aproximadamente entre 1491 y 1495 y está ejecutada en óleo sobre madera y con unas dimensiones 48,9 x 37,5 cm, en la Galería 610 de la colección del Metropolitan Museum of Art (The Met) en Nueva York_ Estados Unidos.

Nacido cerca de Milán, y activo hasta su muerte fue uno de los discípulos más cercanos de Leonardo da Vinci, formando parte de su taller y absorbiendo muchos de sus principios estilísticos, especialmente el uso del sfumato, la representación idealizada del rostro humano y la composición equilibrada. Aunque no alcanzó el mismo nivel de innovación que su maestro, Marco se destacó por copiar y reinterpretar obras de Leonardo, como su conocida versión de La Última Cena. Su estilo refleja una fusión entre la grandiosidad técnica aprendida de Leonardo y una ejecución algo más rígida, pero no exenta de sensibilidad. Su trabajo ayudó a difundir el estilo leonardesco en la Lombardía y forma parte del legado de los llamados “leonardeschi”, artistas que perpetuaron la estética del gran maestro en el norte de Italia.



Una de las obras más conocidas que se le atribuyen es Girl with Cherries, un retrato de una joven que encarna la delicadeza y el misterio característicos del estilo de Leonardo. La joven aparece en una pose serena y contemplativa, con un fondo oscuro que resalta su figura, sosteniendo unas cerezas que pueden simbolizar tanto la inocencia como una sensualidad incipiente.

La obra, de atribución incierta pero con fuerte conexión estilística a Marco d’Oggiono, presenta un rostro suavemente modelado y una luz tenue que recuerda las vírgenes y retratos leonardescos. Este tipo de retrato privado, íntimo y lleno de simbolismo sutil, revela la forma en que los discípulos de Leonardo adaptaban sus enseñanzas a contextos más personales o burgueses. Aunque no se puede afirmar con certeza que Marco sea su autor, la pintura refleja claramente su entorno artístico y su lugar dentro de la tradición renacentista milanesa.



Las cerezas que sostiene la joven no son un mero detalle decorativo, sino un elemento simbólico cargado de significado. A primera vista, la fruta puede aludir a la inocencia y dulzura de la juventud, atributos tradicionalmente asociados con la etapa previa al matrimonio en la iconografía renacentista. Sin embargo, esta aparente sencillez oculta una capa más profunda de ambigüedad: en el contexto artístico del Renacimiento, las cerezas también podían representar la tentación, el despertar de la sensualidad o incluso la oferta simbólica del cuerpo. La muchacha, con su expresión introspectiva y gesto pausado, parece hallarse en una encrucijada simbólica entre la infancia y la madurez, entre la pureza idealizada y la insinuación contenida.



Este delicado equilibrio entre inocencia y deseo es característico de la tradición leonardesca, de la que d’Oggiono fue uno de los discípulos más representativos. El sfumato suave que envuelve el rostro de la joven, su serenidad contenida y la iluminación tenebrista refuerzan esta atmósfera ambigua, en la que lo sagrado y lo profano conviven en perfecta tensión. Así, las cerezas funcionan como un emblema silencioso pero elocuente: resumen en su color, forma y gesto la fragilidad del instante juvenil, la belleza efímera y la carga simbólica del paso al mundo adulto. Lejos de ser un simple retrato, la pintura se transforma en una reflexión visual sobre el deseo, la identidad y el tiempo.


La pintura representa a una joven ricamente vestida, coronada con hiedra y sosteniendo un cuenco de cerezas. El significado de la obra es enigmático: podría aludir al matrimonio (la hiedra simbolizaba la fidelidad conyugal), pero también sugiere una conexión con círculos literarios sofisticados. D’Oggiono construyó una exitosa carrera, primero trabajando en el estilo de Leonardo y haciendo copias de sus pinturas, y más tarde desarrollando su propia identidad artística.




Marco d’Oggiono desarrolló su carrera en un momento crucial del Renacimiento italiano, especialmente dentro del dinámico entorno de Milán, una ciudad que, a finales del siglo XV, se convirtió en un centro artístico clave gracias a la corte de Ludovico Sforza y la presencia de Leonardo da Vinci. Al ser discípulo directo de Leonardo, Marco asimiló muchas de sus técnicas, como el uso del sfumato como acabo de mensionar, la preocupación por el naturalismo y la expresión interior de las figuras. Sin embargo, su pintura se caracteriza por una mayor rigidez en las posturas y una ejecución más literal, lo que ha llevado a algunos historiadores a describirlo como un seguidor más que como un innovador.


Sus obras abarcan temas religiosos, retratos y composiciones alegóricas. Uno de sus aportes más relevantes fue la creación de varias copias y versiones de “La Última Cena” de Leonardo, especialmente importantes debido al rápido deterioro del fresco original en Santa Maria delle Grazie. Marco contribuyó así a preservar la memoria visual de esa obra capital. Además, trabajó en importantes retablos y frescos, como el Retablo de los Arcángeles (1516), en el que muestra su estilo maduro: figuras estáticas pero solemnes, colores intensos y una clara organización compositiva. Aunque fue eclipsado por otros miembros del taller leonardesco como Boltraffio o Luini, Marco d’Oggiono jugó un papel clave en la difusión del estilo leonardesco en el norte de Italia.






Bibliografía : El Poder del Arte




jueves, 1 de mayo de 2025

Alberobello un pequeño y encantador pueblo en la región de Puglia en el sur de Italia.



Alberobello es un pequeño y encantador pueblo en la región de Puglia (Apulia, en español), en el sur de Italia. Es famoso por sus “trulli”, unas casas tradicionales construidas con piedra seca y techos cónicos. Estas estructuras únicas le han valido a Alberobello el reconocimiento como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1996.

Los trulli son construcciones tradicionales de piedra que se encuentran principalmente en la región de Puglia, siendo el pueblo de Alberobello el epicentro de esta arquitectura única. Lo que los hace inconfundibles es su techo cónico, hecho con losas de piedra caliza superpuestas sin utilizar mortero. 



Estas casas están construidas con una técnica ancestral conocida como “piedra seca” (muro a secco), que permite levantar muros resistentes simplemente encajando las piedras unas sobre otras. La estructura no solo es visualmente llamativa, sino también funcional: mantiene el interior fresco en verano y cálido en invierno, gracias al grosor de las paredes y al aislamiento natural de la piedra. Además, muchas de estas casas presentan en sus techos símbolos pintados con cal blanca, los cuales tienen significados religiosos, místicos o incluso astrológicos.



El origen de los trulli se remonta probablemente a épocas prehistóricas, aunque los que se conservan hoy en día datan, en su mayoría, de entre los siglos XIV y XVIII. La versión más aceptada de su origen moderno cuenta que durante el dominio del Reino de Nápoles, existía un impuesto sobre las casas permanentes. Para evitarlo, los campesinos construían estas viviendas sin mortero, lo que les permitía desmontarlas rápidamente si venían los inspectores reales. 



Así, los trulli se convirtieron en una solución legalmente ambigua, pero extremadamente ingeniosa, que mezclaba necesidad, habilidad y tradición. Su forma también responde a un conocimiento transmitido de generación en generación, sin arquitectos formales, lo que los convierte en un símbolo de la arquitectura vernácula y colectiva.



Aunque se pueden encontrar trulli dispersos por el valle de Itria y otras partes de Puglia, Alberobello es único por contar con barrios enteros construidos exclusivamente con estas casas, como Rione Monti y Aia Piccola. Allí, no solo se pueden ver trulli habitados, sino también convertidos en tiendas, iglesias, alojamientos turísticos y pequeños museos. Caminar por Alberobello es como pasear dentro de una postal antigua o un escenario de cuento de hadas. Este valor arquitectónico, histórico y cultural le valió a la ciudad el título de Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1996, como acabo de mencionar y desde entonces ha sido uno de los destinos más emblemáticos del sur de Italia.




Están hechos con piedras calizas apiladas en seco, es decir, sin ningún tipo de cemento o mortero. Esta técnica viene de tiempos prehistóricos y ha perdurado por siglos. Con techos cónicos son lo más distintivo: tienen forma cónica y están cubiertos con losas de piedra. Muchas veces están decorados con símbolos misteriosos o religiosos pintados con cal blanca.








La estructura es genial para el clima mediterráneo: fresca en verano y cálida en invierno. Además, su construcción “en seco” permitía desmontarlos rápidamente en épocas pasadas para evadir impuestos sobre viviendas permanentes (según cuenta la leyenda).

Una de las teorías más populares dice que estas casas surgieron como un truco fiscal. En esa época, el Reino de Nápoles (al que pertenecía Puglia) imponía impuestos sobre las casas permanentes. Como los trulli estaban construidos sin mortero, se podían desmontar rápidamente cuando llegaban los inspectores del reino, y así evitaban pagar impuestos.








Dentro de Alberobello, el Trullo Sovrano es el trullo más grande y notable de todos. Construido a mediados del siglo XVIII, es único porque fue edificado en dos plantas, algo muy raro para este tipo de viviendas. Su nombre, “Sovrano” (soberano), refleja su tamaño majestuoso. Hoy en día funciona como museo y se puede visitar para ver cómo era la vida en un trullo en siglos pasados. Su interior está amueblado con objetos de época y ofrece una visión auténtica de la cultura campesina del sur de Italia. El Trullo Sovrano representa el punto culminante de esta tradición constructiva y es un lugar imprescindible para quien quiera sumergirse en la historia viva de Puglia.





Bibliografía: El Poder del Arte





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